A lo largo de más de 10 años como voluntario en la fundación, he sido testigo de un cambio profundo en las emociones que se viven en cada actividad. Aunque algunas actividades puedan parecer repetitivas a simple vista, cada una es una experiencia única. Esto se debe a la combinación de la experiencia adquirida, los niños con los que interactuamos y las situaciones que se presentan. Nunca es igual; siempre hay algo nuevo que nos desafía y nos inspira.
Recuerdo claramente mi primera actividad. No tenía idea de lo que me esperaba; simplemente acepté la invitación con la emoción de estar con niños y jugar con ellos. Estaba lleno de entusiasmo, pero también de nervios. No sabía cómo sería el evento ni cuál sería mi rol, pero siempre he sido de los que se lanzan a la aventura sin pensarlo demasiado. Sin embargo, mi emoción inicial se mezcló con miedo cuando en la plática de bienvenida nos informaron que estaríamos conviviendo con niños que padecen enfermedades terminales. Me invadió un temor profundo de que algo pudiera sucederle al niño que me asignaran mientras estaba bajo mi cuidado.
Mi sorpresa fue enorme cuando, minutos después, conocí a la niña que me asignaron. Nos dieron indicaciones de que ella no podía saltar, pero eso no la detuvo. Cantaba, bailaba, y participaba en todas las actividades con una alegría contagiosa. Mi preocupación inicial se disipó rápidamente, y en su lugar, surgió una diversión y conexión genuina. Ese primer encuentro cambió mi perspectiva y, más importante aún, llenó mi corazón de alegría y cariño.
Desde entonces, cada actividad me emociona y me entusiasma. Sé que, aunque pueda parecer que los voluntarios vamos a dar todo de nosotros a los niños, en realidad, son ellos quienes nos dan más de lo que imaginamos. Al final del día, el corazón se va lleno de amor, alegría y una gratitud inmensa.
Después de más de una década como voluntario, he tenido el privilegio de conocer a muchos niños y sus familias. Es reconfortante ver cómo, tras cada visita, te recuerdan y se llevan un pedacito de ti, así como uno se lleva un pedazo de ellos. Ser voluntario no es solo jugar y donar un poco de tiempo o dinero; es mucho más profundo. Con el tiempo, el significado de ser voluntario ha evolucionado para mí. Hoy lo veo como una oportunidad para dar lo mejor de uno mismo, con el objetivo de cambiar la forma en que los demás ven el mundo, aunque sea solo un poco.
Uno de los momentos más impactantes es cuando los niños crecen y expresan su deseo de ser voluntarios para devolver lo que han recibido. En esos momentos, te das cuenta de que cada actividad, cada domingo que te levantas temprano, cada plan que pospones, ha valido la pena. Cada pequeño esfuerzo tiene el poder de cambiar vidas, y eso lo cambia todo.
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