Cuántas veces hemos escuchado o platicado con familiares y amigos la gran responsabilidad de ser papá y la esencia de serlo. Una vez leía que ser papá implica tener la audacia para soltarlo a que inicie su propia travesía; tener la humildad para reconocer nuestros errores; tener la integridad para actuar siempre de acuerdo con lo que es correcto, justo y bondadoso predicando con el ejemplo; tener la sensatez para no actuar movidos por el orgullo herido cuando los hijos rechazan nuestra intervención en sus asuntos o decisiones; tener la benevolencia para perdonarlos cuando nos ofenden o decepcionan. Y recordar que, en ocasiones, nosotros también lo hemos hecho y tener la sabiduría para reconocer que nuestro deber no es hacer lo posible para que los hijos sean felices sino cultivarles las cualidades y los principios que necesitan para merecerse la felicidad.
Cuando soñé ser papá (no solo de uno sino de 2 pequeños) nunca imaginé lo que sería sentir en lo más profundo de mi pecho el latido de su corazón, entrar en puntillas a su cuarto para escuchar su respiración, correr por la medicina para aliviar su fiebre, verlo patear un balón, sentir su alegría cuando juega, escuchar su risa cuando lo lanzas al aire y sobre todo,… volver a ver su sonrisa plasmada en su rostro (nunca en la vida se me olvidará esa sonrisa) después de estar 5 meses postrado en la cama de un hospital sin poder oír, hablar, ver, deglutir, respirando mecánicamente por la traqueostomía y alimentándose por la gastrostomía, consecuencia de un infarto derivado de una operación de tumor cerebral a los 5 años de edad.
Tres meses antes de la operación, mi hijo era un niño que se divertía jugando y corriendo, iba a la escuela, practicaba fútbol, y su fascinación… sus carritos de Cars. Estos tres meses fueron álgidos en nuestras vidas, después de varios estudios donde le detectaron finalmente un tumor cerebral.
Después vino un año intenso de quimioterapias con hospitalizaciones de 5 días cada mes, sin contar los días que regresaba al hospital por infección; 32 sesiones de radioterapia que le provocaron un edema cerebral y coincidió con la disfunción de la válvula intracraneal que le colocaron por la hidrocefalia a raíz del tumor; y varios procedimientos a los que fue sometido mi chaparrito.
Después de 2 años del suceso, Luis Gerardo se está rehabilitando físicamente de una manera sorprendente, regresó a su escuela y prácticamente estaá haciendo una vida normal. Mi esposa Caro y mi otro chaparrito Diego, que con su energía, alegría, entusiasmo y carácter, lo han impulsado a levantarse y a recuperarse de una manera admirable.
Nos consideramos muy afortunados y bendecidos porque hemos recorrido este camino acampanados de muchos ángeles de carne y hueso (todos ocupan un lugar muy especial en nuestros corazones). Ángeles que conocemos como: doctores, enfermeras, laboratoristas, camilleros, trabajadoras sociales, personal de seguridad y de intendencia, hermanos, abuelos, primos, amigos, compañeros de trabajo, y muchos ángeles con nariz de payaso azul, que hacen una labor extraordinaria para cambiar dolor y sufrimiento de los niños, por momentos de esperanza, diversión y alegría. Por eso, cuando soñé ser papá, nunca imaginé lo increíble que sería.