Quiero contarles que laboro en un hospital donde he conocido a muchas personas que han dejado huella en mi corazón, les contaré de quienes se trata.
Un día, hace diez años, llegué al hospital para iniciar en un área nueva para mí, el de oncología pediátrica. Con cierto temor acudí al servicio, temor porque sabía que iba a trabajar con niños especiales, temor que con el tiempo se convirtió en dulces alegrías. Porque esos pequeños guerreros con los que convivía sabían ganarse tu alma, y se volvían parte de mis días, de mis meses y de mis años, se volvían familia y se instalaban en un pedacito de mi corazón.
Estar en constante convivencia con esos guerreros de vida, verlos luchar día a día, verlos tan pequeños, pero con un gran corazón, tan frágiles, pero con un espíritu muy fuerte, me hacen sentir una combinación de sentimientos que me impulsa a luchar junto con ellos.
Es realmente hermoso recibir un “gracias” o una sonrisa cuando trabajas con ellos, aun cuando sienten dolor o molestia alguna, esto llena mi alma, llena mi corazón de alegría y les devuelvo una sonrisa, porque me hacen ver que ellos valen una y mil sonrisas.
Una enfermedad oncológica cambia la vida de una familia, pero también cambia la vida de las personas que estamos cerca de ellos porque vemos más allá de los conocimientos, vemos el alma, vemos la esencia de los niños, y de la familia. En ocasiones esos pequeños guerreros son los que le dan fortaleza a sus padres y eso los llena de vida, hacen que se queden en nuestro corazón.
Un tratamiento como el que los niños llevan es difícil, pero si estamos con ellos, si nunca los dejamos solos, saldrán victoriosos, porque los niños son verdaderos guerreros, que nos enseñan todos los días que el dolor es pasajero, que hay mucha belleza en la vida, que la vida esta llena de pequeñas cosas que nos dan felicidad y que tenemos que aprender a buscarlos y apreciar cada momento que vivimos.
Escrito por: Aracely Cardos Uc, enfermera en el servicio Oncología Pediátrica Mérida, Yucatán
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